Es evidente que la crisis de los refugiados ha traído de nuevo a la cabeza de la inmensa mayoría de la ciudadanía la dimensión internacional de la pobreza. El impacto causado por un aluvión de noticias dramáticas, en el que se han substituido las lejanas aldeas del Sahel por las otrora paradisíacas islas griegas, incluso la más cercana estación central de Budapest, combinado con la sensación que insufla la publicidad pre-electoral gubernamental de que la crisis ya es un recuerdo del pasado, nos ha devuelto la sensación de que ahora sí podemos y deberíamos hacernos cargo del mundo otra vez. Ahora sí toca, esto no puede pasar en Europa, incluso se dan el lujo de abrir la espita presupuestaria para (aparentemente) dar algo de cancha a la cooperación internacional que lleva a cabo el Estado.
Estos días me comentaban desde el Fons Català de Cooperació que, al igual que debe…
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